Por Libia López
Un conflicto que no comenzó ayer
Para comprender el presente, es necesario volver a 1948, cuando se crea el Estado de Israel tras el horror del Holocausto. Palestina, que entonces estaba bajo mandato británico, fue fragmentada y ocupada; cientos de miles de palestinos fueron expulsados o huyeron de sus hogares durante la Nakba (“catástrofe”, en árabe).
Desde entonces, el mapa ha cambiado drásticamente: Israel ha expandido su control territorial, muchas veces en violación de resoluciones de la ONU, y ha establecido asentamientos considerados ilegales por el derecho internacional. Según informes de organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, la población palestina vive bajo un régimen que cumple con las características de apartheid: control territorial, discriminación sistemática y negación de derechos fundamentales.
El sufrimiento cotidiano se traduce en cifras estremecedoras. Más de 60.000 palestinos han sido asesinados, la mayoría civiles. Entre ellos, 875 personas murieron intentando conseguir alimentos y cientos fallecieron cerca de centros de ayuda humanitaria. Uno de cada diez niños examinados por agencias de la ONU está desnutrido. Los ataques afectan sistemáticamente a hospitales, escuelas e infraestructuras básicas, mientras la población civil sufre bloqueos de agua, electricidad y comida.
¿Por qué muchos gobiernos callan ante esto?
No se trata solo de Israel como Estado, sino de un entramado de apoyos y silencios que mantienen la situación. Estados Unidos ha entregado más de 330 mil millones de dólares en ayuda militar desde 1948, mientras Europa sostiene relaciones comerciales y tecnológicas clave.
Empresas multinacionales, como Elbit Systems (que vende armas probadas en Gaza), HP, Siemens, Airbnb y Puma, han sido señaladas por lucrarse con la ocupación, pese a las campañas de boicot (BDS). Medios de comunicación como CNN o FOX han sido criticados por minimizar el sufrimiento palestino o presentar el conflicto como una lucha simétrica, ignorando la enorme desigualdad de poder.
El lobby pro-Israel, especialmente AIPAC en Estados Unidos, influye decisivamente en la política exterior y en la financiación de campañas electorales. Y fundaciones filantrópicas también canalizan recursos hacia asentamientos ilegales en Cisjordania.
El resultado es un sistema que protege y financia la ocupación: un poder visible (ayuda militar, empresas, diplomacia) y otro invisible (alianzas estratégicas, culpa histórica por el Holocausto, presión diplomática).
¿Qué significa realmente “antisemitismo”?
Hablar de Israel implica inevitablemente mencionar el antisemitismo, un término que suele usarse erróneamente para silenciar críticas políticas. El antisemitismo es el odio, discriminación o prejuicio contra el pueblo judío por el simple hecho de ser judío. Históricamente, alimentó persecuciones, pogromos y culminó en el Holocausto: la industrialización del asesinato, con campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau, donde familias enteras fueron asesinadas con gas venenoso, cremadas y reducidas a números.
El trauma del Holocausto permanece vivo y justifica, para muchos, la necesidad de que exista un Estado judío seguro. Sin embargo, criticar las políticas de ese Estado —como el bloqueo de Gaza o la construcción de asentamientos ilegales— no es antisemitismo, sino un ejercicio legítimo de responsabilidad política y humanitaria.
Defender a Palestina no equivale a apoyar a Hamás. Del mismo modo, denunciar un genocidio no es negar el Holocausto ni relativizarlo, sino asumir que “nunca más” debe aplicarse a todos los pueblos.
El genocidio ante nuestros ojos
Según el Derecho Internacional, el genocidio es un conjunto de actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Incluye asesinatos, causar daño grave, imponer medidas para impedir nacimientos y transferir por la fuerza a niños.
Los ataques sistemáticos contra civiles, el asedio total de recursos vitales, la destrucción deliberada de hospitales y escuelas, el desplazamiento forzado y el lenguaje deshumanizante desde líderes israelíes encajan en esta definición. Así lo han denunciado juristas, organismos internacionales y organizaciones humanitarias.
Pero el poder tiene sus propios mecanismos de defensa: aunque la ONU ha condenado repetidas veces las acciones de Israel, el veto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad bloquea cualquier sanción. La Corte Penal Internacional ha abierto investigaciones, pero sin avances reales.
El derecho internacional sirve… hasta que molesta a alguien con verdadero poder.
El papel de la geopolítica
Israel no solo es un Estado; es una pieza clave para los intereses de Occidente en Medio Oriente. Su existencia y fortaleza sirven para contener a potencias regionales como Irán, garantizar acceso a recursos energéticos y mantener la influencia de Estados Unidos y Europa en una zona estratégica.
Nadie en Occidente parece realmente interesado en que Palestina sea libre, porque eso rompería un equilibrio regional construido tras la Segunda Guerra Mundial. En ese tablero, la vida de millones de palestinos se vuelve una pieza sacrificable.
Palestina no solo es víctima de Israel. Es víctima de una arquitectura global de poder.
Más allá de la emoción: preguntas incómodas
Invitamos a la reflexión crítica, tanto para quienes apoyan a Israel como para quienes defienden a Palestina.
Para los primeros:
¿Seguridad para quién?¿Cómo se justifica la muerte masiva de civiles como “defensa”?
¿Puede una democracia sostenerse sobre el apartheid?
Para los segundos:
¿Realmente conoces la historia, o solo compartes desde la emoción?¿Haces algo más que indignarte en redes?
¿Tu activismo es solidaridad real o ego-branding?
La invitación es a pensar, informarse más allá de los medios occidentales y preguntarse si realmente conocemos lo que está pasando.
Palestina, espejo del mundo
El genocidio en Gaza no solo revela la impunidad del poder. También expone la hipocresía de quienes hablan de derechos humanos, pero callan ante ciertos crímenes; muestra cómo se construyen y manipulan nuestras opiniones y refleja nuestra desconexión emocional ante el sufrimiento lejano.
Criticar a Israel no es antisemitismo. Defender Palestina no es apoyar a Hamás. Si el genocidio no te indigna, tu humanidad está dormida. Y el silencio, recordemos, también es una posición política.
¿Qué podemos hacer?
El cambio real no depende solo de gobiernos. Cada persona puede:
- Informarse con fuentes no occidentales.
- Apoyar boicots a empresas que financian la ocupación (BDS).
- Presionar a su gobierno.
- Participar en manifestaciones.
- Donar a organizaciones humanitarias reales.
- Mostrar claramente su posición.
El reconocimiento simbólico de Palestina como Estado no basta si no hay consecuencias reales para la ocupación.
¿Y si ese niño fuera tu hijo?
Más allá de la geopolítica, este conflicto habla de humanidad. ¿Qué haríamos si no pudiéramos dar a nuestros hijos agua, luz, comida, esperanza? ¿Cómo dormiríamos tranquilos?
No se trata de ser pro-Israel o pro-Palestina. Se trata de estar del lado de la vida, la dignidad y la justicia. Y si decimos defender la vida, debemos defender el derecho a la existencia de todos los pueblos.
Un espejo para nuestra conciencia global
Este no es solo un conflicto lejano. Es un espejo del poder mundial. Es un examen moral que nos obliga a preguntarnos: ¿De qué lado de la historia queremos estar?
Si esto incomoda, cuestionémonos. Si nos duele, compartámoslo. Y si queremos cambiar algo, actuemos.
Porque la historia nos observa, y el silencio también escribe páginas que un día serán juzgadas.
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